LA COSTUMBRE DEL APODO

            En los pueblos, muchas veces nos ha pasado que nombramos a un vecino únicamente por su apodo y cuando nos preguntan por Francisco XXX XXX, no tenemos ni idea de quién es. Nunca aprendimos su nombre de pila y sus apellidos.

Es una costumbre cambiar la forma de referirnos nuestros vecinos, sobre todo en los pueblos, donde la singularidad personal forma parte de nuestro entorno. Así, nos referimos directamente a “El cojo”, por ejemplo, o el “Hijo del cojo”, con lo que estamos dado tiempo a una nueva generación de acogerse a este sobrenombre.

En las ciudades no suele darse este problema porque los vecinos no mantienen la misma relación, aunque sí es cierto que se tiende a llamarlos por su nombre más algún indicativo como puede ser “Paquita, la del tercero”. Necesitamos ampliar información sobre el individuo en sí para que el resto nos entienda.

La palabra alias tiene varios sinónimos: apodos, motes, hipocorísticos, sobrenombres o seudónimos, cuya única función es la identificar a las personas por algún rasgos, positivo o negativo, que las diferencien de los demás.

Pero, volviendo al entorno rural, era muy común repetir los nombres de los padres a los hijos, y de estos a los nietos. Sobre todo, el hijo mayor de cada generación conservaba el nombre de su ancestro principal: Bisabuelo Pepe, abuelo Pepe, padre Pepe, hijo Pepe y nieto Pepe. Obligatoriamente se necesitaba un indicativo particular para saber a cuál de ellos nos referíamos.

Si el bisabuelo era Pepe, alias “el tuerto”, el abuelo sería el “Hijo de Pepe El Tuerto”, y así sucesivamente con los nietos. Y cuando fallece el anciano, continúa el mote para los demás descendientes actualizando su parentesco.

En algunos casos se suele distinguir, cuando el nombre es el mismo para padres e hijos, con el adjetivo de Pepe “el viejo” y Pepe “el joven”.

Lo que sí está claro es que los motes destacan con humor algún rasgo físico y que son aceptados por la comunidad sin que el apelado pueda alegar nada. Es como un segundo bautismo que debes llevar con indiferencia y que no suponga una carga mental.

También se suele usar la fórmula de anteponer el tratamiento “tío” al nombre del individuo. Esto no presupone parentesco alguno, sino que es una muestra de afecto que suele utilizarse en personas de cierta edad y supone un trato afectivo, e incluso respetuoso.

El uso del mote o apodo ha traspasado las barreras de lo rural. Así nos podemos encontrar con empresas que utilizan ese alias para nombrar su negocio: Carnicería “el zorro”, perpetuando en cierta manera el mote identificatorio de su dueño y haciendo de él una inclusión de orgullo.

En el mundo del circo se echó mano del mismo para distinguir a las diferentes familias que formaban el espectáculo. No hay que remontarse mucho para recordar a Los Franchetti, los Aragón, los Rossi, cuando hay personas que no son directamente de esa familia, sino que por vínculos matrimoniales o afectivos se ha unido a los mismos.

Cierto es que en la actualidad los apodos en los pueblos se está perdiendo. Algunos afirman que es por falta de ingenio al poner los nombres para designarlos, o quizá que la interrelación del pueblo con la ciudad haya hecho que esta costumbre tan nuestra esté en desuso.