VIGILAR Y CASTIGAR: FOUCAULT EN LAS AULAS UNIVERSITARIAS

Amal Guzmán Conesa Erragbaoui.
Vicepresidente de Comunicación del Consejo de Estudiantes de la Universidad de Murcia (CEUM)

Las universidades españolas han iniciado, como ya hizo Orfeo, un descenso a los infiernos para salvar el curso, prisionero no de Hades, sino de un confinamiento prolongado, ya dos meses.

En este viaje hemos encontrado numerosos peligros que hemos ido sorteando lo mejor que hemos sabido, pero ahora, igual que nuestro personaje mitológico, nos hallamos ante la posibilidad de, casi al final del camino, girarnos en busca de Eurídice y no encontrar a nadie. 

Aulario de la Merced. Murcia.

La pérdida de la confianza de los estudiantes hacia sus instituciones universitarias parte de un problema estructural, la distancia que con los años ha surgido entre el estudiantado y la institución a la que pertenecen, y se ha acrecentado con la falta de confianza que quienes han de evaluarles han expresado públicamente estas semanas.

Mientras que instituciones como la Universidad de Granada, del País Vasco o de Alicante anuncian que no videovigilarán a sus estudiantes, ciertos sectores del profesorado de la Universidad de Murcia (UMU) manifiestan que los exámenes serán más difíciles, con menos tiempo del necesario para resolverlos y, además, videovigilados. A su vez, la Consejería de Universidades anuncia que está elaborando un catálogo de empresas que ofrecen reconocimiento facial y otros controles biométricos para las pruebas de evaluación universitarias, al hilo de otras universidades españolas que pretenden implantar esta medida, mostrando una mayor preocupación por participar en ese debate foucaultiano de vigilar y castigar que por una rebaja de tasas públicas, aunque afortunadamente la UMU lo ha rechazado.

Ustedes se preguntarán qué distingue al universitario murciano del granadino, del vasco o del alicantino. Quizá hemos reformulado la evaluación centrándonos en una presunción de culpabilidad. Quizá, como dicen algunos compañeros, acabamos de salir de Alcatraz. Quizá ha calado demasiado aquel “mata al Rey y vete a Murcia”. Quizá, como comentaba algún profesor, nos hemos obsesionado tanto que la paranoia nos está empujando a plantear un examen más difícil de lo habitual.

Pero, sobre todo, estamos olvidando que somos una institución pública en la que estudian personas con distinta capacidad socioeconómica. Exigir videovigilancia es exigir una conexión a internet que soporte la recepción de imagen y sonido de cien personas a la vez que transmites la tuya y que mantienes abierta una plataforma online de evaluación. Es exigir una habitación propia y aislada. Es exigir recursos que no todos tienen. Y a su vez, es la obligación de mostrar tu intimidad y tu casa para no ver penalizado tu expediente académico. Exponer tu intimidad, cuestionando tu dignidad, en una plataforma que además es externa a la Universidad de Murcia, generando el subdebate de qué pasará con los datos que esa aplicación recoge.

Haber elegido el camino de asemejar lo máximo posible lo virtual a lo presencial en lugar de emplear otras alternativas docentes igual de válidas nos está llevando a asumir riesgos. No debemos olvidar que tanto estudiantes como docentes se encuentran en una situación psicológica complicada y, aunque empatizamos con el personal docente, los estudiantes son quienes deben rendir ante una prueba final de la que depende su futuro y para la que su capacidad de estudio se ha visto muy mermada por factores externos derivados del confinamiento.

Para los estudiantes el foco de angustia ha pasado de si aprobarán o suspenderán a si podrán o no responder en el ajustado tiempo propuesto, a si su red soportará o no la realización del examen, a si ese día su internet podrá resistir a una videollamada de cien personas… El foco de angustia ha pasado de lo académico a lo externo en nuestro camino de lo presencial a lo virtual sintiendo traicionada su confianza hacia la institución a la que pertenecen.

La meta de una institución de educación superior no puede ser vigilar y castigar, sino educar y confiar en la presunción de inocencia, respetando intimidades, respetando dignidades, respetando como queremos que nos respeten, como respetamos desde el lado de acá. No podemos arriesgarnos a que, casi al final del camino, como ya pasó en la Grecia Antigua, Eurídice retorne a los infiernos por la desconfianza de un Orfeo.

Deja un comentario